Mirar compulsivamente si han llegado nuevos emails interrumpe la verdadera actividad productiva
El piloto parpadeante que advierte de que ha llegado un nuevo mensaje al móvil. Una campanada que indica que ha entrado un nuevo correo. El teléfono que no para de sonar. Todo ello mientras las notificaciones se agolpan en las diferentes redes sociales esperando una reacción rápida, pronto, ya. Son señales de lo que Gabriela Paoli, psicóloga experta en adicciones tecnológicas y autora de Salud digital, llama la prontomanía: “La necesidad de algunas personas de contestar en el momento, inmediatamente después de recibir un mensaje”.
Este problema ha ido tomando fuerza durante los últimos años y se ha acentuado con la pandemia. “Desde el siglo pasado nos hemos ido acostumbrando a que las cosas tenían que estar cada vez más rápido”, comenta Jesús Labrador, psicólogo y profesor del máster en recursos humanos de ICADE Business School. Desde cuando se consulta información hasta las compras, la inmediatez es la reina. “Lo miro, lo quiero, lo tengo. Es un aprendizaje que hemos ido desarrollando y cuando esto no pasa, nos frustramos”, continúa. Alejandra Nuño, socióloga y directora general de Acuam HealthCare, comparte esta visión y apunta que el consumo rápido ha impactado directamente en los individuos: “Nos hemos exigido estar siempre disponibles, bajo demanda, como si fuéramos un Netflix. El consumo on demand está bien para las plataformas de entretenimiento, pero no para las personas”.
Todas las sociedades y todos los contextos históricos tienen una serie de enfermedades asociadas y la de Occidente, antes de que llegara la pandemia, era claramente la prisa, prosigue la experta. La llegada del Covid y el auge del teletrabajo, sin embargo, no han hecho más que acelerar un mal que se venía arrastrando de largo. “Con la pandemia, todo esto ha ido en aumento. La avalancha tecnológica en la que vivimos nos hace estar hiperconectados. Seguimos conectados estemos donde estemos y estemos haciendo lo que estemos haciendo”, reconoce Paoli. Muchas personas, además, temen decepcionar al resto si no contestan inmediatamente o, incluso, se preocupan de que parezca que no están trabajando.
Esto último resulta paradójico porque, con frecuencia, tener que responder ipso facto frena el verdadero desempeño. “Mirar compulsivamente el móvil cada 10 minutos para comprobar si ha llegado algo interrumpe cualquier actividad que estemos realizando. Incluso algo bastante más provechoso y con más enjundia que poner un me gusta o contestar un ok”, plantea Labrador. También Nuño se mostró preocupada por esta deriva, que afecta incluso a la calidad de la sociedad: “En las empresas tenemos que bloquearnos espacios físicos y temporales para poder pensar. Estamos acostumbrados a tener que monitorizarlo todo, pero el pensamiento, que no se puede monitorizar, es el verdadero valor que aportamos los seres humanos”.
En esta línea, Paoli recoge que hay dos tipos de personas: “Quienes son víctimas del vertiginoso ritmo actual, hacen un Tetris con sus agendas para exprimir cada minuto de la jornada porque lo asocian con la productividad y la eficiencia, así que están constantemente en ese punto de estrés; y quienes se toman la vida con más calma y tranquilidad”. Estos últimos, además, acaban siendo menos propensos a cometer fallos.
Esta exigencia, comenta la psicóloga, suele depender más de la personalidad de cada uno –más habitual en personas inseguras– que de la propia empresa, pero no por ello es exclusivamente culpa de los individuos, especialmente con una tasa de paro superior al 15%. “Hay mucho miedo. Hay mucho paro y mucha oferta de talento económico en el mercado. Es lógico temer que si no contestas, podrías quedarte sin trabajo”, ilustra Nuño.
Por eso, es importante que los jefes se impliquen para mitigar el problema. “No se pueden mandar mensajes los fines de semana o fuera del horario laboral. No vale el ‘Es que me acordé y como tenía el móvil en la mano, te lo digo ahora’. No, lo apuntas y lo comentas el lunes. El protocolo tiene que venir de los superiores porque hay que ser muy fuerte mentalmente para pensar en no contestar a un superior fuera de la jornada laboral”, apoya la psicóloga. El punto positivo es que parece que se está tocando techo. “Hemos dicho basta ya a la vida perfecta y a estar conectados permanentemente. Hay una disrupción en el compromiso que han adquirido las marcas con la salud, que ha pasado a formar parte de su propuesta de valor”, defiende Nuño.
Fuente cincodías.com